A quienes nos gustan los barcos, durante estos meses de verano tenemos una ocasión inmejorable de presenciar ‘in situ’, en el mar y navegando, los mejores barcos de la historia de la vela. A los amantes de la vela, normalmente, nos entusiasma ver a las viejas glorias del sailing, aún activas.
Hoy por hoy ya no tenemos que desplazarnos allende nuestras fronteras: Inglaterra, Sur de Francia, Italia, o la costa de Boston y Nueva York, para ver estas piezas vivas de museo. Hoy las tenemos aquí, al lado, y navegando. Un lujo para los sentidos.
Nuestras costas se han convertido en el mejor escenario de un verdadero museo para las piezas más emblemáticas de la navegación. Sin saberlo, tenemos un tesoro de un valor incalculable que cada año podemos contemplar en encuentros de vela clásica como la pionera Copa Gitana, organizada por el RC Abra, en Bilbao; la Semana Clásica Puerto Sherry; la veterana Illes Balears Clàssics organizada por el Club de Mar de Palma; las concurridas Puig Vela Clássica organizada por el RCN Barcelona; la Copa del Rey, desarrollada en Menorca a cargo del CM Mahón y RCN de Barcelona, o las emergentes Cartagena Vela Clásica y Silver Classic de Port Adriano en Mallorca, entre otras. Y a sus artífices, hombres aficionados a la náutica y con sensibilidad histórica que hacen revivir cada año estos encuentros, les debemos mucho.
Tener tantas competiciones en un reducido espacio de tiempo es todo un lujo… Tantas citas de vela clásica son una prueba de las ganas que tienen sus armadores de tener activas sus embarcaciones, de enseñar sus maravillas y de competir.
No hay nada más hermoso que ver navegar a un balandro de los años 30, a una goleta de principios del XX, o a los entrañables Clase Metrica, FI (Formula internacional), etc, etc, etc… Viejas glorias, muchas de ellas sabiamente recuperadas, que evocan y nos hacen revivir cómo era la vela años atrás. Al contemplarlas se encienden nuestros sentimientos, ya que además de poder admirar su majestuosa silueta o su ingeniosa construcción, las podemos ver en plena acción, navegando a todo viento, con sus velas desplegadas, con las tripulaciones tensas, trabajando el barco, trimándolo, gobernando la dinámica madera. Vemos veleros que viven como vivieron años tras, navegando.
Quien tiene sangre de mar en las venas se emociona con embarcaciones de principios del s.XX como el Mariska (1908) el Tuiga (1909, el Hispania (1909) el Lady Anne (1912) el Mariquita (1914), el Manitou (1937) o el Enterprise (1939), todas ellas unidades de leyenda a las que hemos podido ver estos días por las costas de Barcelona y los seguiremos viendo a lo largo de este mes en la bahía de Palma y en las costas menorquinas.
Estímulo económico
Las citas de regatas clásicas, además de ser un goce personal, se están convirtiendo en un estímulo económico de primer orden. Estas pruebas mueven una gran cantidad de acciones económicas. Las tripulaciones, los propietarios de los barcos, los ‘sequitos’ de estas embarcaciones son usuarios muy apreciados por sectores como la hostelería, el consumo de lujo y otros servicios. A parte de la actividad económica que genera el mantenimiento, su restauración, la adecuación de estas joyas náuticas en talleres, astilleros, muchas de estas embarcaciones tienen sus bases en nuestros puertos, y esto también genera una importante entrada de recursos allí donde están.
Las embarcaciones clásicas son, hoy por hoy, un atractivo: Turístico, de historia náutica, de deporte y por supuesto para la economía. Cada vez existen más empresas especializadas en el chárter náutico que alquilan slots en embarcaciones para hacer los seguimientos por mar, cuando están en regata, en plena navegación, a estas de joyas náuticas. Basta fijarse con lo que ocurre en enclaves náuticos como Antibes, Saint Tropez, Cannes, Cowes, Newport, Marblehead, para constatarlo.
Una reflexión. ¿Hay tantos barcos y tantos armadores para tantos encuentros? Por lo que vemos, parece que sí.
Los armadores quieren estar en todas las citas que puedan. Los organizadores miman a los propietarios de estas embarcaciones para que acudan a sus encuentros. Todos quieren estar en todas, y esto es positivo. Es bueno para los barcos, que tienen la gran ocasión de cumplir su auténtica función: la de navegar. Es bueno para los armadores y tripulaciones, ya que les posibilita el disfrutar navegando, que en el fondo es lo que se quiere hacer con estas joyas. Y es bueno para los aficionados, que tenemos oportunidad de contemplar a estas leyendas en plena acción. Un regalo para el aficionado.
¡Viva la Vela Clásica!