Una de las figuras más destacadas en la actividad de la vela recreativa es la del capitán de flota. O capitana. Si en el Reino Unido la semblanza del comodoro es pieza fundamental en el desarrollo del talante deportivo en un club dedicado al yachting, aquí, la persona del capitán de flota toma un relieve muy especial, y lo convierten en personaje clave. Casi me atrevería a afirmar que la buena salud de nuestra afición náutica y el desarrollo de las diferentes clases de vela, depende de la generación de capitanes de flota que le ha tocado vivir en cada ciclo histórico a los clubes con actividad náutica.
Pasado el periodo de Semana Santa, tiempo aprovechado por muchas clases de la vela española para disputar las diferentes Copas de España, he comprobado, gracias a la buena acción de muchos capitanes de flota -en estos años difíciles-, que la vela se mantiene en un estado de salud muy satisfactorio. Y muchas de las modalidades aún subsisten en nuestra geografía gracias a ellos, a pesar de los pesares, de los desencuentros y la desatención de muchos organismos que tendrían que velar por ellas.
El éxito de resistencia de una determinada clase de navegar se debe en muchas ocasiones a la tenacidad de estos personajes, que en todo momento tienen una misión muy clara y comprometida: defender a capa y espada el tipo de vela que representan y su afán en lograr que pervivan especialidades que sin ellos estarían ya en el ostracismo.
La figura del capitán de flota es la más romántica que conozco en el complejo mundo de la náutica. Altruismo puro, me atrevería a definir. O a lo sumo, sano interés ‘interesado’, por la estima que tienen a la clase que representan. Su misión no es fácil. Están entre la espada y la pared de quienes representan y de los poderes a los que tienen que bregar en muchas ocasiones. El capitán de flota, a veces, es el personaje enfrentado con el establishment del club donde esta afincada la flota que defiende. En muchas ocasiones, los intereses de los regatistas y el ‘bien común del club’ o el criterio de una junta directiva, no casan a la perfección. Y en esta asincronía, este personaje, a veces discordante, defensor de los intereses de los regatistas de la clase a la que pertenece, tiene que lidiar, pactar y convivir con otros colegas de su club, muchos ajenos –a veces- al ajetreo cotidiano de los regatistas.
Y para colmo, a veces, el capitán de una clase se ha de enfrentar con los intereses de otro capitán de flota de la misma entidad, pero que defiende a otro tipo de embarcación, a otro tipo de personajes, y de formas que puede que sean radicalmente distintas, y con objetivos totalmente diferentes. Por eso, a pesar de estas circunstancias, un buen capitán de flota ha de ser absorbente, pero dialogante, comunicativo, y ser capaz de crear empatía, para que todo el entramado de su clase funcione y sea querido por propios y extraños.
Optimismo de estar
En todo este escenario existe un tipo de capitán de flota muy especial, que estos días hemos visto en muchos campos de regata. A veces no es regatista -normalmente está en tierra, en los pantalanes, observando con catalejo o prismáticos a minúsculos navegantes en el horizonte o navegando en una embarcación, realizando el seguimiento de las mangas en una regata… Puede que nunca haya navegado en competición… Es el capitán de flota que ejerce como tal en el mundo de la clase infantil Optimist, o en cualquier de las clases dedicadas al mundo de la náutica infantil, cargo que a veces dispone de este inesperado título, por ser simplemente padre o tutor de uno de los niños regatistas que están compitiendo en medio del mar. Es cierto que una mayoría de estos capitanes proceden del mundo de la vela, y por ello tienen a sus hijos navegando, para convertirlos en futuros navegantes. Pero en muchas ocasiones, no. Por esto el capitán de flota de vela infantil tiene una característica muy preciada: sus ganas de estar, con ilusión y constancia a prueba de todo. Y gracias a este vitalismo, esa clase se mantiene boyante desde hace décadas, tanto en momentos de éxito como de depresión.
El entusiasmo de estos padres y tutores, capitanes de flota infantil, está a prueba de todas las dificultades y es digno de todo halago. A veces dirán que son un poco fanáticos, parciales, sesgados, que solo les mueve el egocentrismo de ver a su prole en la mar. Sano defecto, si es que esto lo es. A pesar de que yo no lo creo, ya que soy de los que piensan que estos personajes se mueven más por devoción y por afición que por otra cosa, y que lo que cuenta es su constancia, su duro sacrificio en proseguir y crear nuevas generaciones de regatistas y navegantes. Un esfuerzo encomiable y meritorio.
Por eso deseo que ¡ojalá! este talante sesgado, vital -y a veces criticado como fanático paternalismo- no decaiga y exista en muchos capitanes de flota de embarcaciones no infantiles. Sin duda, esta actitud repercutiría sanamente en el desarrollo y mantenimiento de algunas clases, que por el entorno desfavorable existente, tienen hoy riesgo de desaparecer.
Es verdad que lo que se hace por un hijo puede que no se haga para uno mismo. Pero si los capitanes de flota adultos copiaran del entusiasmo, del voluntarismo y el optimismo de los capitanes de flota infantil, se relanzarían muchas clases, a veces obcecadas en un pesimismo existencial, de resignación a ser carne de extinción.
Sí. Quiero reivindicar la figura y las ganas del capitán de flota infantil para otras flotas, sobre todo las de peligro de extinción.
¡Ojalá resurjan continuamente estos personajes, con actitud crítica, vitalista, voluntarista, comunicativa, en definitiva, optimista con las actividades náuticas, para que éstas sean dinámicas, y recuperen la fuerza que se merecen! Porque de ellos, de los capitanes y sus flotas, dependerá el futuro de muchas disciplinas. Su, a veces, voz crítica y resistente, defendiendo hasta la médula a sus respectivas clases, hacen que la riqueza de la vela de nuestro entorno no decaiga y continúe floreciendo, por los siglos de los siglos.
Amén
Angel Joaniquet