Hace algunos años tuve la oportunidad de leer una estadística publicada por la Federación Nacional de Industrias Náuticas de Francia, en la cual se recogía, entre otros asuntos, el grado de importancia que los armadores de embarcaciones de recreo daban a distintos aspectos. Los que merecían mayor interés eran, lógicamente, los referidos a la fiabilidad, la calidad constructiva o la longevidad de la embarcación. Los aspectos estéticos venían a continuación y, a mucha distancia, un aspecto que me llamó poderosamente la atención: el de la autenticidad. Por supuesto, los encuestados debían elegir entre una serie de parámetros previamente propuestos por el encuestador que, de forma deliberada, había incluido el aspecto “autenticidad”. Tal vez si quien preparó la encuesta hubiera dejado en blanco los conceptos a elegir, ninguno de los encuestados hubiese considerado el concepto de autenticidad entre sus prioridades.
La pregunta es. ¿Existe el concepto de autenticidad en el campo de la náutica? Es más, ¿Se puede falsificar una embarcación o una marca náutica? La respuesta es sí, pero poco. Creo recordar que, años atrás, un constructor español llegó a comercializar unas embarcaciones que parecían trawlers bajo el nombre Grand Banks, tal vez pensando que aquello era una tipología y no una marca. Naturalmente, a los propietarios de la célebre marca les faltó tiempo para enviar a sus abogados y contar de raíz semejante insensatez. También es posible falsificar embarcaciones de colección, como Riva, Chris Craft, Gar Wood, Boesch u otras, pero los casos hipotéticos que se hayan producido se contarán, seguramente, con los dedos de una mano. Otra cosa es que un cliente entre en una náutica para comprar una Zodiac y salga con cualquier otra marca de embarcación neumática. O que compre un Jet Ski que no sea Kawasaki…
Falsificar un Sunseeker o un Azimut, por poner un par de ejemplos, no es lo mismo que falsificar un reloj Rolex, un suéter Lacoste o una maleta Louis Vuitton. Para lo primero hace falta un astillero. Para lo segundo basta una trastienda. Sin embargo, copiar algunos de los elementos que distinguen los yates construidos por los grandes astilleros, es bastante más fácil. Los astilleros punteros, no diremos grandes, porque eso es una cuestión de tamaño, son aquellos que invierten en investigación, en diseño; son aquellos que encuentran soluciones eficaces que suponen una evolución con respecto a lo existente o que resuelven mejor los problemas y exigencias planteadas por los clientes en un determinado segmento. Hacen un esfuerzo para mantener plantillas especializadas, oficinas de diseño, desarrollan sus propias patentes o compran aquellas que juzgan interesante mantener en exclusiva. El resultado es que sus productos, en este caso embarcaciones, están por delante de la competencia, cada uno en un determinado segmento del mercado. Sin embargo, no perdamos de vista que copiar es mucho más barato que investigar, diseñar e innovar.
Por supuesto, no es lo mismo construir botes de remo de tres metros, que yates de veinte metros. Pero a medida que aumenta la eslora lo hace también el número de aspectos susceptibles de ser copiados o imitados. ¿Cuántas marcas construyen embarcaciones de consola central propulsadas con motores fueraborda? Docenas, quizás centenares, pero cuál fue la primera que utilizó el poliéster reforzado con fibra de vidrio, o la primera que montó cualquier otro dispositivo que no se le había ocurrido hasta entonces a ningún otro astillero… Eso seguramente le dio una ventaja en el mercado.
Cosa parecida sucede en el ámbito del diseño. Sucedió en los grandes yates con las ventanas alargadas de las superestructuras. Un astillero fue el primero, y ahora lo difícil es encontrar uno que no las tenga. A continuación sucedió con las grandes ventanas del casco. En cuanto un astillero puso ventanas verticales en el casco, todos hicieron lo propio. Dispuesto a marcar diferencias Righini puso un grupo de ventanas cuadradas en la serie S de Azimut. Esta elección era un auténtico envite, como diciendo a los demás: “cópiame, si te atreves”. Ventanas en el casco las ha puesto casi todo el mundo, pero iguales, iguales…nadie se ha atrevido. Que si rectangulares, que si ovaladas, que si trapezoidales. Parece que no tener grandes ventanas en el casco es estar fuera del mundo. ¿Habrá quien prefiere la intimidad de las ventanas pequeñas?
En lanchas pequeñas se ha dado más de una vez el copiado del casco. Se compra un barco de éxito, se saca un molde del casco y se cambia la cubierta. También es frecuente ver en los salones náuticos a gestores de algunas marcas visitando, antes cámara en mano y ahora con el teléfono, los yates de la competencia y así, de buen rollito, copiar todo aquello que les place. Pase lo de copiar para mejorar, pero a veces quienes copian no son capaces de corregir los defectos evidentes que presenta el prototipo. Hay marcas a las que esto les importa poco ser copiadas, quizás porque están muy por delante, quizás porque también copiaron de lo lindo en su día, quizás porque van a introducir cambios de inmediato, pero las hay que bajo ningún concepto autorizan que se tomen fotos hasta que el modelo en cuestión está en la calle, con la finalidad de estar un paso por delante de la competencia.
En cierto modo, en la actualidad, muchos productos son poco más o menos iguales. Ordenadores, cámaras digitales, teléfonos o automóviles. A menudo la diferencia está en un intangible: la propia marca. Pero la personalidad de la marca la da una compleja suma de factores y aspectos que van desde su historia y prestigio, hasta la atención post venta, pasando, también, por su capacidad creativa y de marcar tendencias. Y copiando, no se marcan tendencias.