Sucedió en una localidad de la costa mediterránea. Acerté a pasar por el bar del club náutico un domingo por la mañana; allí, en torno a una mesa de la terraza, dignamente acomodados en cuatro sillas, se encontraba un grupo de amigos. No hacía falta poseer una inteligencia privilegiada para entender que sus rostros y expresiones exteriorizaban sentimientos de satisfacción. Acababan de regresar de una salida de pesca recreativa y, al parecer, las cosas habían salido bien.
Tras los saludos de rigor me explicaron que, efectivamente, lo poco que llevaba en marcha la mañana había sido positiva para ellos: habían picado. Entre ellos comentaban los avatares de la jornada y, de vez en cuando, a mí, lo bien que lo habían estado pasando. Si no era porque tenían otros compromisos para esa misma mañana, todavía estarían allí, pescando. La hazaña era comentada también con otros socios o conocidos que se acercaban al bar del club en busca de agua, latas o bocadillos para llevar, antes de la salida del mediodía. Por cierto, la consecuencia de tanta euforia era la captura de, ni más ni menos, 40 bonitos.
Cuarenta es una cifra muy respetable, sobre todo si se tiene en cuenta que el barco utilizado era, en realidad, una lancha de poco más de seis metros propulsada con un motor fueraborda de no más de cien caballos, sin mucho equipamiento y con la cual la zona donde podían haber tenido efecto las capturas no se hallaría demasiado alejada de la costa. No es que no les creyera, simplemente me tocaba reconocer, sin tener ni la más remota idea de las cualidades que adornan el noble arte de la pesca que, 40 bonitos eran muchos bonitos. Pero eran.
Puesto que tantos bonitos entre cuatro pueden dar lugar a una indigestión de pescado, los cuatro amigos no dudaron en repartir algunas piezas entre todos cuantos conocidos hallaron esa mañana a su paso, entre ellos yo mismo. Nos acercamos al maletero del coche de uno de ellos, para que me hiciera entrega del obsequio, un par de piezas suficientes, cada una de ellas, para completar una o dos generosas raciones, pero mientras me mostraban la cantidad y calidad de las capturas, acertó a pasar por allí otro amigo del grupo, tan dispuesto a zamparse los pescados como el que más, pero con más espíritu ecológico.
Su comentario al ver el tamaño de las capturas fue el siguiente:
– “Si hubierais esperado una semana, cada una de estas piezas hubieran servido para alimentar a una familia.”
A lo que el afectado respondió:
–“Si hubiera esperado una semana estas piezas ya no estarían. Mañana saldrán los profesionales y ya no quedará nada.”
El breve debate me produjo una profunda estupefacción. De una parte era bien cierto que, si esas piezas no hubieran sido capturadas todavía, sus posibilidades alimentarias hubieran sido, a todas luces, superiores. Pero, por otra parte, nada hay que indique que, la competencia por realizar más y más rápidas capturas hubiera permitido a los desdichados túnidos sobrevivir no ya una semana, sino unas horas. Capturados por aficionados o profesionales.
Piensa el pescador aficionado, ante estas circunstancias, que para que esas piezas lleguen al mercado el lunes o el martes, pues ya las puede él pescar el sábado o el domingo. Y piensa el pescador profesional que los aficionados les hacen una competencia desleal pues, con una barquita y unas cañas, les quitan el trabajo y el sustento.
A mí, todo esto me parece una colección de despropósitos pues, a este paso, dentro de cuatro días no pescarán ni los unos ni los otros. Cuando alguien me dice que el mar es de todos, como indicando que cada uno puede hacer en él lo que le plazca, yo le respondo que, justamente porque es de todos, tiene más dueños que nada y, en consecuencia, merece unas consideraciones muy respetables. De cuanto se hace en el mar habría que andarse con ojo. Francamente, que algunos se queden sin trabajo, me preocupa relativamente, pues a ese mismo colectivo habrá que atribuirle su propia responsabilidad; que los aficionados pesquen poco me preocupa menos, pues la mayor parte de su afición reside en el entretenimiento y no en la captura; pero si algún día tenemos que substituir la merluza a la vasca por la hamburguesa de tofu a la plancha…¡esto sí que no pienso perdonarlo! Ni a los unos ni a los otros.